Había una vez un tiempo en que los obispos eran padres... y como el Espíritu Santo que los hacía padres entonces es el mismo hoy, también ahora a los que se dejan les sigue haciendo padres. Uno de esos era San #Policarpo, obispo de la #Iglesia que peregrinaba en #Esmirna, allá en el #Asia Menor, allá donde vivía un jovenzuelo llamado #Ireneo:
De hecho, el Evangelio predicado por san Ireneo es el que recibió de san Policarpo, obispo de Esmirna, y el Evangelio de san Policarpo se remonta al apóstol san Juan, de quien san Policarpo fue discípulo. De este modo, la verdadera enseñanza no es la inventada por los intelectuales, superando la fe sencilla de la Iglesia. El verdadero Evangelio es el transmitido por los obispos, que lo recibieron en una cadena ininterrumpida desde los Apóstoles. Estos no enseñaron más que esta fe sencilla, que es también la verdadera profundidad de la revelación de Dios. Como nos dice san Ireneo, así no hay una doctrina secreta detrás del Credo común de la Iglesia. No hay un cristianismo superior para intelectuales. La fe confesada públicamente por la Iglesia es la fe común de todos. Sólo esta fe es apostólica, pues procede de los Apóstoles, es decir, de Jesús y de Dios (Benedicto XVI, Audicencia General, 28.III.2007: https://www.vatican.va/content/benedict-xvi/es/audiences/2007/documents/hf_ben-xvi_aud_20070328.html).
Dice el escrito que narra el martirio de Policarpo:
Le insistió de nuevo diciéndole: “Jura por el genio del César”. Le respondió: “Si crees que voy a jurar por el genio del César, como tú dices, y finges desconocer quién soy, escucha con claridad: soy cristiano [...]” (Martirio de Policarpo, 329).
Había una vez un tiempo en que los obispos eran cristianos... y como el Espíritu Santo que los hacía padres entonces, es el mismo hoy, también ahora a los que se dejan les sigue haciendo cristianos capaces de dar la vida hasta la sangre, que es el mejor plan pastoral: ver una fe viva, vibrante, radical y verdadera, la fe de un enamorado de este Hombre-Dios. Y las ovejas, que no son tontas, las de ahora y las de entonces, lo reconocen e incluso los de fuera:
[...] toda la turba de los paganos y de los judíos residentes en Esmirna gritó con rabia incontenible y a grandes voces: “Éste es el maestro de Asia, el padre de los cristianos [...] (Martirio de Policarpo, 330)
Y dice la nota nro. 29 de la edición al uso:
Es la primera vez que encontramos el título de “padre” aplicado al obispo y en relación con la desginación “maestro”. A partir del siglo III, la designación como padre será frecuente.
El amor arrastra y la fe también, cuando es verdadera, a quien quiere dejarse arrastrar. Siempre es cosa de dos. Quien ha tenido maestro —quien lo ha tenido sabe qué quiero decir con “maestro”— sabe que aprende no de lo que le dice su maestro, que también, sino de su mismo vivir, de su estar, de su hacer, de verle, de acompañarle... los maestros enseñaban así en la Antigüedad y enseñan así hoy. Lo ven hoy como algo “mítico” los fans de Jedi que ven The #Mandalorian, ¿verdad, Víctor? o, en general, Star Wars, que refleja muy bien este modo de vivir que es ser discípulo: el discípulo aprende estando y poniendo toda su carne en el asador, puesto que para aprender hace falta querer. Ya se puede hartar el maestro a enseñar a uno que no quiere aprender... de ahí saldrá frustración y fracaso. Pero no habrá discípulo si no hay un maestro. El maestro tiene la obligación de ir por delante, de llevar de la mano, de soltarla también para que el discípulo pueda ir dando pasos torpones él solo... Lo mejor de la vida se aprende por ósmosis, por estar pegados, por vivir una vida, por zambullirse, por fiarse, por dejarse fascinar y por ponerle trabajo al encanto primero.
Que el Espíritu siga suscitando cristianos, maestros, obispos a los que se les puede llamar con toda razón “padre” porque nos engendran en Cristo. El maestro es enseñanza viva, carta escrita en sangre, evangelio hecho aliento, evangelio hecho vida, palabra hecha carne.
Danos, Señor, obispos de carne ungida que no tema romperse por ti.
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