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  • Foto del escritorRaquel Oliva

San Ireneo de Lyon: Dios no te necesita


Paquete ecológico atado por una cuerda y con unas hojas verdes sobre un lecho de hojas verdes carnosas

Amigo #Marción:


Dios no es un Dios mezquino, Dios no te necesita. No te creó para someterte, sino para liberarte; no te creó para que le dieras gloria, pues no la necesita, sino que él te la confiere cuando tú le adoras a él.

Al principio, y no porque necesitase del hombre, Dios plasmó a Adán, precisamente para tener en quien depositar sus beneficios

A Dios no le interesas porque quiera sacarte algo, cosa a la que estamos cada vez más acostumbrados: a ser moneda de cambio para el otro, porque, desgraciadamente, el individualismo impera. Dios te persigue porque te quiere colmar de bienes: vida, incorrupción, gloria eterna.

[...] Dios es rico, perfecto y sin indigencia alguna.

Así que, Dios no viene a quitarte nada, sino a darte todo lo que es bueno para ti y una cosa muy evidente que te ha dado es la creación. La #creación canta el recuerdo del #Creador, quizá por eso la arquitectura comunista lo baña todo de cemento, gris cemento, mientras que los monjes siempre han buscado ríos, verdes valles y campos. Recuerda la utilidad de lo inútil: una poesía no suele dar beneficios, pero puede levantar un horizonte en el alma; una jardín estorba al parking de nueva construcción, pero el pájaro que canta en la rama aquieta un alma agobiada por los afanes de la vida... y en esa lógica de la inutilidad Dios te escogió a ti, inútil supremo, barro sin gloria, para colmarte.

Eso que llaman Humanidades, porque hacen al hombre más humano, consideradas hoy inútil pérdida de tiempo frente a una cultura del cálculo-para-el-beneficio-supuestamente-práctico-incluso-el-pastoral ¿acaso no son reflejo de lo propio del hombre, que es ser barro inútil, objeto del amor de Dios?

Dios tiene su economía, la salvífica, pero desde luego que no es un empresario cabal, puesto que invirtió todo, incluso su propio Hijo, para depositar en el hombre sus beneficios y, encima, aparentemente la mayoría de los hombres no los quieren recibir. Por eso me gusta tanto la canción Reckless love.



Los hombres del Espíritu suelen moverse en estas mismas categorías: dan dinero sin recibir y muy frecuentemente reciben a cambio el olvido cuando no el desprecio de aquellos que les aplaudían; miran más las personas que la peseta (queda mejor que euros...) e incluso son capaces de perder dinero por el bien del otro; se arrojan a proyectos que les quitan tiempo, fuerzas y alegrías que intercambian por disgustos, sinsabores y problemas a costa de la propia fama mientras otros están bien cómodos en la omisión. ¿Por qué hacen esto? Porque como Dios, a impulsos de su amor, quieren colmar al hombre de los beneficios de Aquél.


Marción, Dios no te necesita, te ama, es decir, quiere tu bien. Sencillamente.


Así que, querido inútil, regocíjate en tu inutilidad, pues con Dios no tienes que andar aparentando, puedes mostrarte tal cual y recibir a manos llenas su inmenso don. Relájate, vive relajado, tu Padre te ama, cuenta con tu pobreza y tu nada para colmarte. Tú simplemente entrégate en decidida voluntad aunque temblorosa. Deja las carreras de competición para otros, tú a lo tuyo con Dios, para lo que te creó. Entonces estarás viviendo de su promesa. Sirve al Señor, aunque por espinas, que él te dará sus beneficios y, ¿sabes qué? El mayor beneficio es Él.


Señor, yo simplemente he elegido estar contigo.


Del tratado de san Ireneo, obispo, contra las herejías (Libro 4,13, 4-14,1: SC 100, 534-540) LA AMISTAD DE DIOS
Nuestro Señor Jesucristo, Palabra de Dios, comenzó por atraer hacia Dios a los siervos, y luego liberó a los que se le habían sometido, como él mismo dijo a sus discípulos: Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. Pues la amistad de Dios otorga la inmortalidad a quienes la aceptan. Al principio, y no porque necesitase del hombre, Dios plasmó a Adán, precisamente para tener en quien depositar sus beneficios. Pues no sólo antes de Adán, sino antes también de cualquier creación, la Palabra glorificaba ya a su Padre, permaneciendo junto a él, y, a su vez, era glorificada por el Padre, como la misma Palabra dijo: Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. Ni nos mandó que lo siguiésemos porque necesitara de nuestro servicio, sino para salvarnos a nosotros. Porque seguir al Salvador equivale a participar de la salvación, y seguir a la luz es lo mismo que quedar iluminado. Efectivamente, quienes se hallan en la luz no son los que iluminan a la luz, sino ésta la que los ilumina a ellos; ellos, por su parte, no dan nada a la luz, mientras que, en cambio, reciben su beneficio, pues se ven iluminados por ella. Así sucede con el servir a Dios, que a Dios no le da nada, ya que Dios no tiene necesidad de los servicios humanos; él, en cambio, otorga la vida, la incorrupción y la gloria eterna a los que lo siguen y sirven, con lo que beneficia a los que lo sirven por el hecho de servirlo, y a los que lo siguen por el de seguirlo, sin percibir beneficio ninguno de parte de ellos: pues Dios es rico, perfecto y sin indigencia alguna. Por eso él requiere de los hombres que lo sirvan, para beneficiar a los que perseveran en su servicio, ya que Dios es bueno y misericordioso. Pues en la misma medida en que Dios no carece de nada, el hombre se halla indigente de la comunión con Dios. En esto consiste precisamente la gloria del hombre, en perseverar y permanecer en el servicio de Dios. Y por esta razón decía el Señor a sus discípulos: No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido, dando a entender que no lo glorificaban, al seguirlo, sino que, por seguir al Hijo de Dios, era éste quien los glorificaba a ellos. Y por esto también dijo: Éste es mi deseo: que éstos estén donde yo estoy y contemplen mi gloria (Liturgia de las Horas).
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