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  • Foto del escritorRaquel Oliva

"Dadles vosotros de comer"

«No olvidemos lo que sucederá en el Juicio final: el Señor no nos preguntará: "¿qué has estudiado? ¿Cuántos títulos has obtenido? ¿Cuántas obras has realizado...?". No, no: "Ven, ven conmigo -dirá el Señor- porque tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber; fui perseguido y me hiciste compañía". Éste es el tema del examen final sobre el cual seremos juzgados. (Audiencia del Papa Francisco a participantes en diversos Capítulos Generales, agosto 2024).

Caritas Christi urget nos. Este es el soplo que mueve a la Iglesia, Cuerpo de Cristo, a ejercer su acción salvadora en el mundo allí donde es enviada. Y como Cuerpo, cada miembro tiene una función que, de no ejercerse, reper­cutiría negativamente en el Cuer­po viviente de la Iglesia y es­taría privando a los hombres de un aspecto esencial para la vida de fe.

En esta riqueza de carismas, unos fundan familias que traen fecun­didad, también cuando los esposos no pueden tener hijos, pero que, abier­tos a la vida, se dejan conducir por el Espíritu a través de caminos insos­pechados de vida a manos llenas. Otros son llamados mediante la vir­ginidad consagrada a recordarnos que el Único Amor es Dios, siendo así signo escatológico en medio de un mundo ajetreado y sacudido por tantas solicitudes, de las cua­les muchas desvían de la mirada de Cristo. Otros son llamados a pastorear el pueblo de Dios, ali­mentándolo con la Eucaristía y consolidándolo en la fe mediante la sólida enseñanza que la Tra­dición custodia al interpretar la Palabra de Dios mediante el Ma­gisterio, que guarda celosamente la Regula fidei. Otros viven el bautismo en el mundo como sal de la tierra en lo cotidiano de la vida de sus vecindarios.


Por otra parte, además, a unos el Espíritu les dará sensibilidad para socorrer al pobre; a otros, a ir a las prisiones; a otros, a educar a ni­ños y jóvenes; a otros, a insuflar vida en las parroquias intentando anunciar el Evangelio; otros irán a las misiones; otros realizarán exorcismos devolviéndole al Espí­ritu la preciosa materia que es su posesión más querida, por pobre; otros gobernaran la Iglesia; otros formarán futuros presbíteros; otros anunciaran a Cristo a través de los medios de comunicación...; otros estudiarán por el Reino de los Cielos.


Estudiar puede ser, ciertamente, motivo de condenación, si uno lo hace para crecer a los propios ojos. Muy especialmente si así se prostituye la Sagrada Ciencia de la Teo­logía, pues ésta más que todas tiene por objeto directo el estudio de la Verdad Revelada. Convie­ne aproximarse descalzo, como quien pisa tierra sagrada. Un acercamiento distinto de éste es profanación. La profana la búsqueda de un tí­tulo; la profana el carrerismo, la profana la búsqueda del yo, la profana querer rellenar carencias egoistas; la profana no tomársela en serio, la profana estudiar superficialmen­te; la profana pensar que no vale para evangelizar, para dar de comer y beber al hambriento y sediento de Dios.


Gracias a Dios, en su inmensa bondad, he tenido la suerte de encontrar teólogos santos, que lo han sido y que lo quieren ser. Han optado por seguir el soplo del Es­píritu y acometer la Carrera de Dios, no la del mundo, sor­teando prohibiciones arbitrarias impuestas por los superiores, precariedad económi­ca, burlas, en caso de ser laicos, incomprensión de fuera de la Igle­sia y de dentro, etc. Han pasado horas y horas, que en muchos casos, cuando el segundero pesa como el acero, se han convertido en una agonía interminable, infructuo­sa o desesperante, árida, de pico y pala, que les ha lleva­do a suplicar a Dios la gracia del entendimiento. Han secundado a

una ascesis constante, sin tregua, sin descanso, silenciosa y nada grata porque exenta de palmaditas en la espalda, pues los libros no ha­blan, sino que, desafiantes, esperan a revelar sus secretos tras largas, a veces larguísimas horas. Griego, latín, siríaco... alemán, francés... Aislamiento, renuncias a vacaciones, a cañas en la terraza, a fines de semana, a amistades y fa­milia, a proyectos pastorales más fáciles porque más inmediatos, por responder con fidelidad a una llamada: "dadles vosotros de comer". La Iglesia da un panecillo a un pobre porque es Cristo en su carne quien tiene hambre, pero también esa misma Iglesia le da la verdadera y sana doctrina porque solo Cristo es su verdadero Pan, Aquél que le dará la vida eterna, pues el panecillo únicamente le dará la vida de Lázaro redivivo.


Habrá quien estudie por titulos y carrerismo, profanando así el Cuerpo de Cristo, como habrá tam­bién quien dé pan, bebida y vestido por los motivos erróneos, profanando así tambien el Cuerpo de Cristo. Estudiar Teología, como santos, es la caridad de alimentar al pueblo de Dios con la altura y dignidad que se merece porque es la carne misma de Cristo. Escondidos, sacrificados, contempla­tivos, ascéticos, silenciosos, ofrecemos (deseamos ofrecer)  todo por la salvación de las almas (y los cuerpos) en continua penitencia, queriendo custodiar la ver­dad de la fe con la reverencia sagrada que nos infunde la san­gre que los mártires derramaron defendiendo esta verdad de la fe, y con el deseo de que el pueblo de Dios conozca más hondamente al único Dios verdadero, el que salva y el que nos ha llamado a darle a conocer. No se trata de no estudiar, sino de estudiar las cosas santas, como santos, para los santos

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