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La Cuaresma del Jubileo de la Esperanza

Foto del escritor: Raquel OlivaRaquel Oliva

Cuaresma

Sólo una persona divina que amara a Dios Padre sobre todas las cosas con libertad y corazón de hombre podía salvar al hombre. Un hombre debía amar sobre todas las cosas al Padre, porque ninguno lo había amado así, pues el hombre era esclavo del pecado y de la muerte. Pero ese hombre libre, debía ser, a la vez, Dios, porque nadie da lo que no tiene: nadie puede perdonar los pecados, sino sólo Dios; nadie puede resucitar a otro para la vida eterna; nadie puede exaltar al barro hasta la Gloria de Dios, sino sólo Dios. Y así, lo que parecía imposible: un Dios-Hombre capaz de amar como hombre, pero a lo divino, que era personalmente Dios, nació de las entrañas de una Virgen, como verdadero Dios y verdadero hombre.

 

Y este Cristo, exaltado a la diestra del Padre, glorificado en su naturaleza humana con la misma Gloria que tenía como Verbo de Dios, encendió con el fuego de su Espíritu a partir de Pentecostés a todos aquellos discípulos que quisieron seguirle. Y así, la Madre Iglesia, fue engendrando hijos de Dios de las aguas del bautismo, generación tras generación. Y así, la Noche de las noches, precedida de días de preparación, con ayunos y penitencias, brilló como un faro en las tinieblas de la noche, pues Cristo Luz, el verdadero Cirio que no se consume, arrebataba a los hijos de Dios de las garras del pecado, de la muerte y del demonio, pues, como en un nuevo Jordán, al igual que Cristo, eran revestidos en su frágil barro, en su carne, con el Ungüento que los convertía en escurridizos adversarios del Adversario, en un combate de vida o muerte.

 

Ciertamente hoy esto sigue sucediendo con los que se dejan, porque en la iglesia cabemos todos los que queremos convertirnos y vivir según el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, aunque caigamos una y otra vez; con los que desean vivir con todo el corazón y con todas las fuerzas la misma vida del Maestro; con los que comparten en la communio sanctorum de todos los tiempos el ardor por Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho, que por nosotros, los hombres, bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen [...].

 

No nos engañemos: la única Esperanza que no defrauda es la que otorga con su Gracia el Dios de lo humanamente imposible a aquellos que se encuentran con Él, vivo y amante, por medio de su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado, que infunde el Espíritu en los creyentes.

 

Renovemos nuestra fe, que fue defendida por la Madre Iglesia en el #Concilio de #Nicea, cuyo 1700 aniversario celebramos en este 2025, no sólo con palabras, sino con los desvelos, destierros y sufrimientos de aquellos que nos preceden en la fe, por cuya genuina verdad estimaron que era preferible la muerte, fijos los ojos en nuestra única verdadera Esperanza: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, cuya Encarnación conmemoramos como en cada año Jubilar, pues "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" y su Cuerpo roto nos ha derramado su Gloria, Gloria propia del Unigénito de Dios, lleno de Gracia y de Verdad.


El protagonista de la Cuaresma es Jesucristo, como el de toda la vida espiritual.


Dejemos de ser el centro de nuestra vida, miremos al traspasado, perdamos mucho tiempo mirando al Hijo de Dios, que el Padre nos entregó. Abraham deseó ver el Cuerpo de Cristo. Quien contempla este Amor, quien cae en la cuenta de la bondad de un Padre que entrega al Hijo, que con mimo ha ido llevando a cabo un plan salvífico precioso para el hombre desde antes de la fundación del mundo, a lo largo de siglos y siglos, deseará cambiar de vida, verá su pobreza, querrá vivir conforme al Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, sin glosa y, sobre todo, se dejará amar por Aquel que es el centro de la vida y querrá amar a los demás, como Cristo le ha amado a él.

 

El centro de la vida espiritual es Dios, no tú.

 

Conviértete al Dios verdadero. Tente paciencia, pero vive en la verdad, no busques excusas. Suplica al Espíritu que te haga entender lo que no soportas con su dócil soplo, y luego, coge la cruz —no por moralismo, sino por amor— y sigue al Maestro, cuya enseñanza de vida —en fe, moral y costumbres—, con mimo, custodia la Madre Iglesia en la que crees y que reconoces en la profesión de fe.

 

El centro de la vida espiritual es Dios, no tú.

 

Miremos al traspasado, al Hijo, de la misma naturaleza del Padre, y pidamos la Gracia, en esta santa Cuaresma, de convertirnos al Dios verdadero, de descentrarnos para que Él sea el Rey de nuestra vida, de nuestros criterios, de nuestros pensamientos, de nuestro dinero, de nuestro matrimonio, de nuestra sexualidad, de nuestras posesiones, de nuestra familia, de nuestro trabajo, de nuestras decisiones... Porque sólo su Amor crucificado te llevará a vivir su amor crucificado en la alegría de las Bienaventuranzas del que ha dejado todo por seguir a Cristo.

 

El centro de la vida espiritual es Dios, no tú y, gracias a Dios, esa es nuestra Esperanza.



Portada del libro de Raquel Oliva: Meditaciones del P. Antonio Orbe, jesuita. En torno a la Pasión
A la venta en www.amazon.es



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