Cuaresma al hilo de Antonio Orbe
En mis manos te llevo escrita, dice Cristo a su Esposa. No me puedo mirar al Cuerpo, sin acordarme de ti.
¡Enamorado de nosotros, quiso escribir en su carne nuestros nombres con clavos y sangre para nunca olvidarlos! Nunca deja Cristo de mirar sus heridas. No quiso borrar la escritura de sus clavos, por no borrar el nombre de su Esposa. Pues Cristo así te quiere, ¿por qué no traes también tú, por su amor y divisa, Su caridad? “Siempre llevando por doquiera en nuestro cuerpo el estado de muerte de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo. Porque siempre nosotros los que vivimos somos entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (2 Cor 4,10-11) [cf. A. de Cabrera, ibid. cons. sexta).
“Almas que como palomas tenéis por canto el gemir. Tórtolas que habéis escogido vivir en soledad. Si queréis os enseñe dónde anidar, mirad una Piedra agujereada. La Piedra es Cristo. Los agujeros, las llagas. “Hasta el pájaro halla casa, y la golondrina para sí nido donde poner sus polluelos. Yo, cabe tus altares, ¡oh Yahveh Sabaot, rey mío y mi Dios!” (Sal 83,4). Mirad qué linda casa os halláis en aquel amoroso costado; las puertas abiertas de par en par. Quien gusta de la soledad, amigo de recogerse, anide en las llagas de Cristo. “¡Abandonad las ciudades y avecindaos en el roquedal, habitantes de Moab! Haced como la paloma, que anida en los flancos de la abertura de las barrancas” (Jer 48,28). Anidad en la abertura mayor del costado de Cristo (cf. A.de Cabrera, ibid. cons. séptima).
(Antonio Orbe, Vísperas de la Ascensión)
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