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Foto del escritorRaquel Oliva

Dios nos vence por agotamiento


Antonio Orbe_San Ireneo_Raquel Oliva_Valentinianos

Había una vez entre los primeros cristianos unos que desarrollaron una teología finísima —como dice #Orbe—, intrincada, sublime y herética. Sí. Tranquilícense. Eran cristianos desviados, pero no todo su sistema fallaba. Usaban de un cuentecillo que también llaman mito, el mito del #Pléroma que desciende desde el Dios incognoscible hasta la —a sus entendederas— burda materia. El protagonista del mito era el Verbo, pero lo cierto es que otro personaje llamaba mucho la atención al que a primera vista se acercaba a este relato: #Sofía.

Sofía anhelaba ver a Dios, pero lo deseó a destiempo. Deseaba la misma vida del Verbo, pero la deseaba precipitadamente. Deseó y deseando se abalanzó como Eva se precipitó en la promesa, allá al pie del árbol del Paraíso. Bueno es esperar los tiempos de Dios, porque una cosa es la promesa y otra, su cumplimiento. A veces entre promesa y cumplimiento pasa largo tiempo. Abraham sabe de eso, tiene título de experto en espera de fe. Pues bien, Sofía corrió, se esforzó en una empresa inabarcable y agotada, exhausta, terminó por rendirse. Y... “se convirtió en suplicante”. No levantó una súplica a Dios. No rezó. No, no. Toda ella se convirtió en suplicante.

Quien ha estado en llaga viva, hecho llaga todo entero, el que se ha convertido en grito a Dios, ése, comprende.

Dios nos vence por agotamiento. Uno cree entender y se lanza, si es noble, con todo lo que tiene. Entonces Dios le hace comprender que no conseguirá la promesa por sus fuerzas, pues la Salvación, es eso, Salvación: otro te salva. Y Dios deja que Sofía se agote, que reconozca su pequeñez y su pobreza y que, desfallecida, espere los tiempos de Dios. Dios concede todo lo prometido, más y mejor, pero a su tiempo.

Dios vence por agotamiento.

Su victoria en nosotros es nuestra rendición.

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