Raquel Oliva
De Madrid al cielo
Venid, adoremos al Cordero, al Esposo acompañado por el cortejo de vÃrgenes

Aquà los peregrinos tienen su parada,
aquà deposita sus monedas el Buen Samaritano,
aquà pace el león junto con el cordero
y el anciano junto con el niño.
En medio de la tormenta, refugio,
en medio de la tempestad, ancla,
en la noche de la soledad, luz
para las heridas, bálsamo.

Ven, que nadie te juzga,
ven, que se te espera,
ven, que te llaman por tu nombre,
ven, que la mansedumbre te envuelva.
Ven, porque es de noche,
porque el asfalto no te recuerda
en esta ciudad frÃa
que existen verdes pastos,
que hay verdes praderas
donde un Pastor apacienta.

Sube los grises peldaños,
corre, no esperes, entra,
que necesitas no olvidar,
que necesitas hacer memoria,
que necesitas que te repitan
en tu ajetreo, en tu prisa
que no eres un bulto de vagón de metro,
ni un numero en una fila,
ni una pieza de engranaje de fábrica,
ni un SÃsifo contra el tiempo
en carreras que hastÃan la vida.
Ven, sube, entra,
que todo se para,
que te esperan,
que el anonimato de esta mole-urbe
aquà se acaba,
aquà termina,
aquà no duele,
aquà se alivia.
Y sÃ: de Madrid al cielo.