Un viernes 2 de junio en torno a las nueve de la noche comprendí que no había #amor más grande que su amor humano-divino y que a partir de ese momento no podría ser más que enteramente de Él. Sólo al día siguiente no me quedó duda de que eso se concretaba en una vida consagrada en virginidad a su servicio. Primero comprendí LA #vocación, es decir, ser cristiana; luego, el modo concreto para mí: ser esposa de Cristo, dejar padre, madre, casa y servir donde y como #Dios quiere a aquellos con los que Él me vaya anudando, a los que él convierte en padre, madre y casa para mí. Y esta renuncia que es vida, menos entendida por los allegados... la tenemos más asumida cuando el hombre y la mujer, dejan padre, madre, casa, para formar su propia casa y ser ellos padres y madres, o sea, una familia.
Y la vocación, piedrecita blanca, única e irrepetible, es camino virgen que nadie recorrió antes porque está diseñado para ti y puede ser que no coincida con lo que tú tenías en mente... el #Espíritu tiene sus caminos. Con no estorbarle, ya haces todo.
Y sea cual sea el camino concreto, el día a día, la concreción, el carisma eclesial... el horizonte y la única vocación que aúna todas es la que es igual para todos: contemplar un día, rutilante, la carne gloriosa del #Salvador. Lo demás, es servir en el #Cuerpo de #Cristo.
"Y el hombre dejará a su padre y a su madre y... se harán una sola carne". La carne gloriosa de #Jesús, en su entretejida comunión.
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