Y me pregunto: ¿qué es la #libertad? Nosotros somos los abanderados de la libertad. Nosotros decimos aquello, viento en popa, de que “la verdad os hará libres”. Pero ¿vivimos de aquello que predicamos? ¿Qué es ser libre?, ¿en qué consiste la libertad y cómo dejar vivir en ella?, ¿cómo educaremos a nuestros jóvenes para ser libres si no sabemos qué es ser libre?
Yo he saboreado la libertad. Si bien no es una libertad que consiste en “hacer lo que me de la gana” o “lo que me apetece”. Es algo mucho más… ¿cómo decir?, ¿sabroso? Sí, sabroso. Y bien es sabido por todo aquel que algo lea la Sagrada Escritura y no arranque las páginas cuando el profeta Isaías habla de los dones del Espíritu Santo en el Ungido, que la Sabiduría está más relacionada con el saborear que con el cerebro. Sé que esto es duro de asumir por una sociedad racionalista, pero el brain training no te hará más vivaz, más perspicaz. Es la perspicacia de la inteligencia la que hace que ni te tragues el mosquito ni el camello porque es una inteligencia que te hace estar en lo real. Lo contrario es fariseísmo.
Por eso, porque te hace estar en lo real para sorpresa de todos los demás que suelen estar en la Babia —lugar concurrido y la mar de frecuentado en estos últimos tiempos— lo real te hace libre.
—¿Cómo?, ¿lo real me hace libre? Yo creía que me hace libre justo lo contrario, replegarme en aquellas cosas que “yo” creo que me hacen libre.
—Amigo, adaequatio rei et intellectus. Mi amigo Tomás, Tomás de Aquino, en De veritate, dice que la verdad es la adecuación de la inteligencia, del intelecto, a la realidad. No dice que el yo sea la medida de las cosas. No, no, no. Dice que el yo, es dependiente de algo previo, de algo que llamaremos: REALIDAD. Porque resulta que la realidad desvela que usted no es el centro, ni el universo ni el alfa y la omega. Lo sentimos. De verdad que lo sentimos. Así suceden las cosas. La experiencia de libertad viene vinculada a la realidad.
—¿Cómo?
—Sí, sí. La realidad le hace a usted libre, porque la realidad pone las cosas en su sitio. Usted es un yo, que sólo es yo, porque antes ha habido un tú. Y ese tú desvela el secreto de cada cosa, la quintaesencia, la perla, la guinda de la vida, el quid de la cuestión, la repanocha, no sé, llámenlo como deseen y prefieran. El secreto, es el Tú. Yo-soy-Tú-que-me-haces-que-me-sostienes. La realidad desvela este secreto: eres dependiente, eres criatura, eres hecho por Otro más grande que vela por ti y te cuida. Eso libera. Freud, amigo, la realidad es la mejor terapia.
Y saber eso, según la matización antes hecha, “saborear esto”, da mucho descanso porque la realidad es mucho más emocionante y amplia que nuestro habitual vuelo renqueante y alicorto. ¿A qué me refiero?
Me refiero a que solemos operar según nuestra medida de lo que las cosas son, de lo que creemos y de lo que opinamos. Solemos actuar y pensar conforme a nuestra estrechez de miras que suele coincidir con una imposición de nuestro criterio al común de los mortales. Y cuando uno impone su criterio al común de los mortales como lo exclusivo y únicamente válido in saecula saecolorum... ¡bravo! ¡Stalingrado ha resucitado!
Quizá la libertad está relacionada con la #persona. Quizá la libertad está relacionada con una exuberancia de #vida, con un vuelo alto hacia horizontes insospechados. Quizá la libertad es aquello que da sabor a la vida —¿eso no suena a “vosotros sois la sal del mundo…?”— que es dulce sosiego y aventura de existir. Quizá la libertad es aquello que nos hace sentir y sabernos más plenos, más hombres y mujeres, más reconciliados con nosotros mismos. Quizá la libertad vivida —no aquí hablamos de la facultad del hombre que es libre por naturaleza— es como diría un buen amigo mío llamado Luigi: una “fiebre de vida”.
Pero, ¿es esto posible?, ¿cómo ser libre?, ¿dónde hallar esta libertad?, ¿qué hay que hacer?
Esta libertad a la que yo me refiero, la denominaré “libertad de los piojos bizcos”. Es una libertad poco común incluso dentro de los que nos consideramos piojos bizcos. Pero es una libertad que se reconoce.
—Oiga, ¿cómo que se reconoce?
—Sí, el corazón la reconoce, porque el corazón está hecho para esta libertad. Los síntomas de un corazón que ha intuido la libertad de los piojos bizcos suelen ser gozo, novedad, paz, alegría, estupor… y una sensación así como de derrumbamiento de nuestro personal muro de Berlín interior.
—¡Oiga, oiga, usted me está engañando!
—¿Por qué le iba yo a querer engañar? Yo no tengo ninguna pretensión sobre usted. ¡Verifíquelo usted mismo! Lo que yo sé, es que el corazón del hombre es igual siempre, para todos y en todos los tiempos y lugares. Pongo una mano en el fuego y el cuerpo entero sobre el fuego —y yo aprecio mi cuerpo, que ya dicho sea de paso, resucitará en el último día, lo siento por los “espiritualistas”…— que no me quemaré.
—Y oiga usted, ¿dónde la puedo encontrar? ¡Yo la quiero!
—Usted la quiere… pues entonces mire, esté atento a la realidad que ahí está.
—¿Cómo?
—Sí, sí. La libertad está en la realidad. Lo único que tiene que encontrar es un genuino y auténtico piojo bizco de pura cepa.
—Y ¿dónde puedo encontrar uno? Pues no sé, están por todas partes: en los colegios, en las universidades, en los trabajos, en el campo, en la ciudad… pero de pura cepa hay pocos porque hay que ser muy pequeño para ser de pura cepa y estos piojos en seguida quieren ser grandes… así que cuando encuentre uno de los pequeñitos ¡agárrelo!, ¡péguese a él! Y recuerde, que cuanto más pequeño sea el piojo bizco más libre le hará.
—¿Por qué me hará más libre?
—Porque no querrá imponerle nada, sino sólo ayudarle a que sea libre y como la libertad es de la persona, cada una ha de hacer su camino, que no es en ningún modo para todos igual. Y sólo uno que es pequeño no tendrá pretensión sobre usted, sólo le dará la mano y le guiará hacia donde el corazón de usted respire.
Y luego tenga cuidado…
—¿Por qué?
—Porque usted tendrá que huir de unos piojos que se dicen bizcos, pero no lo son, que llevan debajo del brazo un saco y un cuaderno cuadriculado con muchas categorías y esquemas de lo que las cosas son y de lo que las personas tienen que hacer. A éstos, siguiendo las enseñanzas de un venerado sabio, los llamaremos “piojos que si p que si q”.
—¿Y son malos?
—No malos no, ¡terribles!, ¡horrorosos! Están llenos de buenas intenciones pero no quieren ser pequeños y entonces sacarán su lápiz y su cuaderno y le meterán en una tabla común para todos y eso no puede ser.
—¿Ah no?
—No.
—¿Por qué?
—Pues porque amigo, usted es único e irrepetible, porque usted no es uno más en una anodina hilera de números y porque la persona no cabe en una cuadrícula.
—Mmm, ¡está bien! Buscaré los piojos más pequeños que encuentre.
—Me alegro, pero busque estando atento, ya sabe…
—¡Sí, la realidad!
—Y por último, recuerde algo para toda su vida: lo que no le haga libre, eso, no es verdad y lo que no le haga plenamente libre, no es verdad del todo. ¡Que no le engañen! Usted está hecho para vivir y vivir en abundancia.
“La libertad de los piojos bizcos” en Las travesuras de un juglar y la dama Pobreza (4 de Septiembre de 2007)
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