Todo empezó con una mirada esquiva, con un roce furtivo, eléctrico, de tu mano con la mía, como queriendo encontrarse; y a la vez tímida. Mi alma empezó a estar en tus palabras y luego, poco a poco, te fui aprendiendo, bebiendo a sorbos tus alegrías, tus miedos y tus risas con el pasar sencillo del minutero que contigo avanzaba como victoria de una promesa. Y llegó el sí y el consentimiento y la transfiguración porque “serán los dos una sola carne”. Y así, Luis Rosales:
La trasfiguración
Siento tu cuerpo entero junto al mío; tu carne
es
como un ascua, fresca e imprescindible que está fluyendo hacia mi cuerpo, por un puente de miel lenta y silábica. Hay un solo momento en que se junta el cuerpo con el alma, y se sienten recíprocos,
y viven
su trasfiguración,
y se adelantan el uno al otro en una misma entrega, desde su mismo origen deseada. Siento tus labios en mis labios, siento tu piel desnuda y ávida, y siento, ¡al fin! esa frescura súbita como una llamarada de eternidad, en que la carne deja de serlo y se desata, se dispersa en el vuelo, y va cayendo en la tierra sonámbula de tu cuerpo que cede
interminablemente cediendo, hasta que el vuelo acaba y ya la carne queda quieta, milagreada, y me devuelve al cuerpo, y todo ha sido un pasmo, un rebrillar y luego nada.
(Luis Rosales)
Porque también dialogaban a propósito de estas cosas unas vírgenes según Metodio de Olimpo.
(A los recién casados en Cuadernos sin clasificar 2020)
Comments